Saturday, November 7, 2009

"People just ain't no good": Robert Mitchum y Peter Yates quieren presentarte a "Los amigos de Eddie Coyle"

The friends of Eddie Coyle (El confidente)

Director: Peter Yates

Año: 1973

País: Estados Unidos

Fotografía: Victor J. Kemper

Música: Dave Grusin

Guión: Paul Monash según la novelade George V. Higgins “Los amigos de Eddie Coyle”, 1972

Reparto: Robert Mitchum, Peter Boyle, Richard Jordan, Steven Keats, Alex Rocco

“The friends of Eddie Coyle”, mejor olvidar directamente la pobre rebautización española como “El confidente”, es o tal que así me lo parece, una obra maestra. Paradójicamente olvidada pese a estar protagonizada por una estrella del calibre de Robert Mitchum y haber sido dirigida por nada menos que el firmante de “Bullit” (1968), Peter Yates, que tiene también perdida entre su filmografía alguna otra joyita como “El relevo”(1979) film melancólico y extrañamente dulzón sobre la amistad, la responsabilidad y el final de la juventud. Con estas credenciales y todo la película pasa por el total olvido o la más absoluta desaparición hasta el punto de no figurar, no ya analizada sino siquiera consignada en el, por otra parte, estupendo dossier que la revista Dirigido publicó entre su números 363, 364 y 375 en los tres primeros mese del año 2007. Las razones de esta invisibilidad quizás habría que buscarlas en la propia naturaleza incómoda, desagradable casi, de la película, en su frialdad expositiva, en su crudeza y en una sordidez que sorprende incluso para los estándares el cine policiaco coetáneo.Basada en una prestigiosa novela de George V. Higgins que confieso no haber leído así que no se hasta que punto la película le es fiel o refleja con propiedad tanto los ambientes como los tipos o la propia psicología interna de los personajes. Desconozco cuantos hallazgos son propios o exclusivos del film y cuantos están escrupulosamente tomados del libro así que, al no tener donde comparar la película me parece por si misma excepcional. De una veracidad imponente, esa autenticidad a la que el cine debe aspirar, una autenticidad que no es realismo (por más que la textura de sus imágenes lo sea) porque las cosa en el cine no “son” reales, deben “parecer” reales, que no es lo mismo, debes poder creértelas sin siquiera conocerlas.

En “The friends of Eddie Coyle” todo es creíble, todo es auténtico, los bares, las calles desangeladas de el extrarradio bostoniano, el rostro cansado y los andares pesados de un perfecto Robert Mitchum que sabe volver su decadencia física a favor de un personaje como Eddie Coyle, un “conseguidor” para ladrones en este caso, un “conseguidor” de armas se entiende, un veterano profesional metido en problemas por culpa de una una larga condena pendiente en New Hampshire por contrabando interestatal que puede costarle el resto de sus días entre rejas y que será la razón que empujara a l personaje hacía la traición. Un tipo que ni es el más listo, ni es el más duro, ni nada, un hombre corriente con una esposa de su edad y un par de crios, que se dedica a esto como podría haber sido conserje de un colegio.

Clase baja criminal sin mayores aspiraciones que sobrevivir. Suburbial y corriente, siendo este uno de los rasgos más interesante de la película la representación cotidiana de los fuera de la ley como personas ordinarias, la manifestación del sub-mundo del crimen como un lugar de trabajo casi como cualquier otro, más peligroso claro pero con las mismas aspiraciones pequeñoburguesas con las mismas miserias del día a día. Desnudado de todo romanticismo o “glamour”, de cualquier supuesta ética entre ladrones, de cualquier código, el concepto mismo de fidelidad a quedado abolido si es que en algún momento existió, no ya en la realidad sino en la ficción que es a lo que este film responde con puro sulfuro.

Yates  articula el film con una audacia digna de mención a través de una estructura narrativa impresionista formada más por el retrato de personaje y sus pequeñas historias un tapiz de personajes que se entrecruzan a través de las armas, u dispositivo que a veces puede dar la impresión avanzar pero en realidad lo que hace es esperar y bajo el  repta una historia central fatalista absolutamente “noir”, un hilo tan fino que casi no vemos hasta que nos damos de bruces con el en los desoladores últimos quince minutos y que al mirar atrás aparece con total claridad. Pero además sabe dejar claro con rotunda negritud y sin piedad el tema que atraviesa toda la película: la mentira, la utilización, el engaño. Los personajes no parecen tener escrúpulos o bien la necesidad les aprieta demasiado y usan de la manera más miserable y rastrera imaginable a sus supuestos compañeros o colaboradores, hay una total deshumanización, una frialdad encubierta por el falso respeto y la camaradería. De ahí la brutal ironía que encierra el título original porque Eddie Coyle no tiene amigos, nadie tiene amigos. Así tenemos a Eddie Coyle que trafica con armas a pequeña escala, a una tremendamente eficaz  banda de ladrones que está azotando Boston con el método  de retener a los familiares de los jefes de la sucursales y luego atracarlas desde dentro a los que Coyle proporciona las herramientas (tres golpes visualizados todos de diferente manera y con un punto de estilización ausente casi totalmente en el resto de la película, que resultan por si mismas pequeñas exhibiciones de dominio “metronímico” del tempo narrativo y de la utilización del suspense),  cerca suyo a un joven ambicioso y chulesco que vende a su vez las armas a Mitchum, presentado en la primera escena en un choque generacional que parece incomodar a Eddie que le explica como se ganó el apodo de “Fingers”, le rompieron los nudillos por no cumplir y pasarse de listo. Rondándolos interviene el policía Dave Foley, al que interpreta Richard Jordan actor digno de revalorización y muy activo durante los 70 , presente en un buen puñado de títulos de interés y que volvería a coincidir un año después con Robert Mitchum en la estupenda “Yakuza” de Sidney Pollack, indiferente y manipulador pero a la vez también un profesional que sabe de la condena de Eddie y decide apretarle las tuercas para usarlo como chivato frete a los ladrones que sospecha (y con razón) son viejos socios suyos. Y en la sombra un último personaje excepcional, Dillon;  uno de los mayores hijos de puta del policiaco de la época, que ya es decir, al que interpreta además, en una elección que demuestra no poca sagacidad, un actor de aspecto entrañable y bonachón como es Peter Boyle, uno de los grandes secundarios del cine americano, celebérrima criatura de Frankenstein para Mel Brooks en su divertidísima o “El mago” en “Taxi Driver”, un personaje complejísimo que modula con una precisión insultante. Un barman  amigo del protagonista y culpable de ese pleito que le tiene jodido, que sabe todo de todos, confidente de este policía y asesino por contrato, amén de figura clave en todo el drama que planea sobre las espaldas de Eddie Coyle, el hombre que venderá a Eddie Coyle por 5.020 dólares.

Porque cuando doble la rodilla y decida entregar esa pieza mayor tras la que anda Foley esta ya habrá caído por mediación de su otro confidente, Dillon y el tipo que iba a ayudarle le da la patada como a un perro. Así el personaje de Mitchum es dejado a la deriva en un mundo al que ya no pertenece, en el que es una anacronismo con un código que solo el sigue y ya a quedado abolido, un código que cuando decide romperlo e intentar coger ese último tren al presente es descabalgado por unos personajes a los que todo esto es ajeno, estamos muy lejos de crimen pagando siempre del periodo clásico o de la estilización “melvilliana”, como dice Fernando Di Leo gran renovador del “eurocrimen” en una entrevista, _”Melville era mucho mejor director que yo pero sus delincuentes no eran de verdad”, estos si son de verdad y parafraseando a Kiko Veneno: “te venden por un plato de sardinas”. En este caso por algo más, a Boyle le ofrecen 5000 dólares por el chivato, dice que el chivato es Eddie “Fingers” Coyle. Hay trato. Hasta aquí “The friends of Eddie Coyle” es una muy buena película, excelentemente ambientada, muy bien interpretada y dialogada, moviéndose con minuciosidad y buen ritmo que equilibra lo cadencioso y lo vigoroso. Pero en esta última parte aparece su verdadera naturaleza, su verdadera dimensión. La fealdad y la frialdad de la propuesta ocultan el perfecto perfilado de un personaje desbordante de humanidad ante el que es imposible no haberse encariñado a estas alturas, la desolación de este clímax final es insoportable porque lo que vemos es a un muerto. Convencido por este viejo amigo para ir al hockey donde Eddie agarra una cogorza monumental lo que hace todo aun más patético. De vuelta a casa se duerme en el coche, el pobre cabrón ni siquiera sabe que lo van a matar. Boyle le descerraja un tiro en el cráneo: -“nunca estará más muerto que ahora” es el epitafio para Eddie Coyle. Yates tiene el elegante gesto de ahorrarnos lo gráfico de la ejecución reducida a un estruendo y un agujero en el cristal sacando al personaje central de plano. El coche será abandonado en un desangelado aparcamiento ya al día siguiente otros veinte dólares cambien de mano, de Eddie Coyle no se acuerda nadie, todo sigue igual con el o sin el.Así se compone uno de los Films más desoladores y deprimentes que haya visto, hasta el punto de casi resultar comprensible su desaparición pese a ser lo mejor que Peter Yates haya rodado nunca, un artesano que sabía poner el “cool” en “Bullit” y sabe igualmente que aquí hace falta otra cosa, que nada tiene que ver ese estiloso jersey de cuello alto de Steeve McQueen con la informe gabardina gris de Robert Mitchum. Sin duda esta película representa lo mejor del policiaco de aquella época tan brillante y fructífera: su falta de concesiones, lo que no quiere decir ausencia de humanidad o incluso de ternura sino un compromiso total con el material que se tiene entre manos y el compromiso en “The friends of Eddie Coyle” es absoluto, quizá de ahí que sea una película fuera de los circuitos.

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